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Aunque acaba de cumplir 32 años, Gerardo Carrillón Jacancia solo existe desde hace siete meses. Varios directores ya quieren llevar su historia al cine, pero él lo único que quiere es vivir tranquilo. Gerardo, bajo su anterior identidad, ingresó en la mafia, vivió años al límite y luego salió de la mafia denunciando a todos sus amigos. Su objetivo siempre había sido el mismo desde el principio: entrar en el programa de protección de testigos para que le dieran un piso en el que vivir.
“Desde que tengo memoria, siempre quise que me dieran un piso”, explica Gerardo desde su vivienda. Ingresar en el crimen organizado, formar parte de él durante años para luego renegar y denunciar a todos tus compinches ya es la forma más efectiva de conseguir una vivienda en España.
Aunque Gerardo ha tenido que dejar atrás a su familia, a su pareja y a todos sus amigos, y en su conciencia carga con robos y asesinatos de inocentes, el piso que le han puesto tiene tres habitaciones. “Tiene muy buena iluminación y es muy espacioso, en condiciones normales nunca me habría podido permitir algo así”, se sincera. La parte negativa que encuentra Gerardo a todo esto tiene que ver con el cambio de nombre, el profundo aislamiento y la sensación de que, en cualquier momento, sus antiguos socios podrían dar con él y matarlo. “Son cosas con las que hay que aprender a vivir, y te aseguro que en un piso con dos baños es mucho más fácil”, afirma.
El ejemplo de Gerardo lo siguen cada vez más españoles, y eso es algo que preocupa a las autoridades porque, de seguir esta tendencia, pronto podría haber más españoles en el programa de protección de testigos que fuera.