Muere el actor Juan Diego a los 79 años: Obituario
El actor ha muerto este jueves a los 79 años en Madrid, informó su familia. El intérprete participó en películas como ‘Los Santos Inocentes’ y series como ‘Los hombres de Paco’. Tenía tres Goya y recibió la Medalla de Oro de la Academia de Cine.
No está al alcance de cualquier actor pasar de ser San Juan de la Cruz en La noche oscura al mismísimo Franco de Dragon Rapide. Ni mostrarse capaz de convencernos con la chulería de clase del señorito Iván de Los santos inocentes o el torpe cómico de la legua de El viaje a ninguna parte.
Esa capacidad transformadora, esa construcción de un personaje desde lo más íntimo a sus expresiones físicas, solo está al alcance de los grandes actores.
Y Juan Diego ha sido uno de los grandes de la interpretación española, ya fuera en cine, teatro o televisión. Por algo nuestros mejores directores le reclamaron para papeles tan difíciles, como es el caso, en las películas citadas, de Saura, Camino, Camus o Fernán-Gómez.
Tomo prestado de Pedro Salinas, del nombre de su libro de poemas más famoso, el título de este artículo. O, más bien, de Garcilaso de la Vega, en una de cuyas Églogas se inspiró el escritor madrileño.
Porque lo que destacaba especialmente de Juan Diego era su voz, esa voz tan personal que fue haciéndose más ronca con el tiempo, cubriendo su acento andaluz, hasta deteriorarse gravemente en los últimos años.
Esa etapa final en la que él se sumergía con serenidad en su "tránsito hacia la nada", convencido de que, cerca ya de los 80 años, le faltaba poco y que pronto sería olvidado, en todo caso recordado como "un chico majo".
No, Juan, no, volvamos a Garcilaso cuando aseguraba que "aquel sonido hará parar las aguas del olvido", y así será contigo.
No está al alcance de cualquier actor pasar de ser San Juan de la Cruz en La noche oscura al mismísimo Franco de Dragon Rapide. Ni mostrarse capaz de convencernos con la chulería de clase del señorito Iván de Los santos inocentes o el torpe cómico de la legua de El viaje a ninguna parte.
Esa capacidad transformadora, esa construcción de un personaje desde lo más íntimo a sus expresiones físicas, solo está al alcance de los grandes actores.
Y Juan Diego ha sido uno de los grandes de la interpretación española, ya fuera en cine, teatro o televisión. Por algo nuestros mejores directores le reclamaron para papeles tan difíciles, como es el caso, en las películas citadas, de Saura, Camino, Camus o Fernán-Gómez.
Tomo prestado de Pedro Salinas, del nombre de su libro de poemas más famoso, el título de este artículo. O, más bien, de Garcilaso de la Vega, en una de cuyas Églogas se inspiró el escritor madrileño.
Porque lo que destacaba especialmente de Juan Diego era su voz, esa voz tan personal que fue haciéndose más ronca con el tiempo, cubriendo su acento andaluz, hasta deteriorarse gravemente en los últimos años.
Esa etapa final en la que él se sumergía con serenidad en su "tránsito hacia la nada", convencido de que, cerca ya de los 80 años, le faltaba poco y que pronto sería olvidado, en todo caso recordado como "un chico majo".
No, Juan, no, volvamos a Garcilaso cuando aseguraba que "aquel sonido hará parar las aguas del olvido", y así será contigo.